Por razones hormonales, desajustes
en el sueño o simplemente por el cambio horario, la primavera se hace notar.
Con el sol eclosiona la vida reproductiva; y llega la poesía, como símbolo de
vida, de creación y de belleza. Así escribía Gabriela Mistral: «Doña Primavera
/ viste que es un primor, / viste en limonero / y en naranjo en flor […] De la tierra enferma / en las pardas grietas, /
enciende rosales / de rojas piruetas». La
estación que comienza anuncia el buen tiempo, la alegría y la exultación, pero
también el cansancio, cierto trastorno adaptativo a los nuevos ciclos y los
cambios de humor, como observaba Rubén Darío: «Juventud,
divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro… /
y a veces lloro sin querer…».
Si a todo ello añadimos el hecho de que las dichosas alergias no dan respiro a
un cuarto de la población al menos, es tiempo de astenia primaveral. El término
‘astenia’ es un cultismo que hace referencia al hecho de estar sin fuerzas,
fatigado sin motivo aparente, físicamente débil y con el ánimo decaído. Es una
de esas palabras que forman parte del vocabulario médico, y nos apropiamos de
ella en el lenguaje coloquial, asociándola al malestar de la estación que
comienza: astenia primaveral. Existe, no obstante, otro tipo de astenia, la
cual acusamos cada vez más. El debate, según algunos, gira en torno a la idea
de utilizar el cambio de estación como argumento ante la fatiga laboral, mal de
muchos, en los tiempos que corren. La astenia laboral no es primaveral, ni
otoñal…
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 23/03/19)