La palabra eutanasia, compuesta etimológicamente por los
términos helenos ef (‘bien’) y thanatos (‘muerte’), hace referencia a los
conceptos de ‘muerte digna’ y ‘muerte sin dolor’, conceptos que aún hoy
suscitan una gran controversia. Forman parte de un oscuro campo legal que
genera un gran debate, pero del que no se llega a dilucidar mucho aún, debido a
la implicación de lo emocional en él. Por otro lado, el término eugenesia,
del griego ‘buen nacimiento’, designa la aplicación de las leyes biológicas de
la herencia al perfeccionamiento de la especie humana. Esta noción netamente
optimista, dada su concepción de mejora de la especie, tuvo su momento a
principios del siglo XX en muchos países, donde dio lugar a leyes contra la
reproducción de personas con deficiencias físicas o psíquicas. Su aplicación
fue escasa y también originó, lógicamente, debates de corte moral y ético. No
obstante, la crisis económica y los millones de jóvenes muertos que generó la
Gran guerra de principios del siglo pasado fueron la principal razón por la que
los científicos alemanes se replantearon la idea de la eugenesia, hasta degenerarla
en un concepto de limpieza racial, y la eutanasia derivó en una acción
involuntaria conocida más tarde como el programa Acción T4. Bajo este programa,
el gobierno del Tercer Reich provocó, entre 1939 y 1945, la muerte en masa de
ciudadanos alemanes de todas las edades considerados una carga para la
sociedad: enfermos
físicos y psíquicos, criminales y ancianos, que supusieran un gasto para las
arcas del Estado; o niños y adultos en edad de engendrar con taras genéticas que contaminaran la pureza de la supremacía aria… Según las fuentes que constatan
estos hechos, los responsables no fueron solo los políticos de ese momento,
sino también desde médicos y científicos hasta los propios familiares de las
víctimas, quienes con su consentimiento y silencio permitirían esta masacre.
Analizar en detalle el origen el programa Acción T4 nos
descubre cómo el lenguaje otorgó a los artífices del programa un poder
excepcional para llevar a cabo su plan de higiene racial bajo la complicidad de
la sociedad. El lenguaje de la Acción estaba cargado de léxico descalificativo
y denigrante, así como de giros y circunloquios que escondían las pretensiones
reales del Régimen alemán. Expresiones como muerte humanitaria y liberación
suave fueron los conceptos sobre los que se debatía a escala internacional ya
en 1910, para justificar la necesidad de una ley de eutanasia o el
acortamiento de la vida de bocas inútiles que resultaban un lujo mantener
en vida. Una década más tarde, tras la publicación del manifiesto titulado La
legalización del exterminio de la vida indigna de ser vivida y la celebración
en 1922 de un congreso en el que neurólogos sajones debatían la legitimidad del
manifiesto y la muerte de idiotas, se materializaba y justificaba la
interrupción de la vida de muchos alemanes. Tras la llegada al poder del
nacionalsocialismo, y tras años de terror y asesinatos por parte del Tercer
Reich, se defendió públicamente el Manifiesto del exterminio de la vida
indigna de ser vivida. Este hecho fue el punto de partida del programa Acción
T4.
El departamento de Salud Pública del gobierno y el Comité del
Reich para el Registro Científico de Enfermedades Genéticas y Constitucionales
Graves registraban los casos de niños y adultos con taras genéticas para
introducir mejoras de prevención. Es decir, decidían quiénes eran aptos para
el tratamiento, o la desinfección: realmente, la ‘gasificación’. Los apropiados (‘víctimas’) eran todos aquellos que no podían trabajar y producir
para el país: débiles mentales, idiotas o epilépticos eran designados para
la entrega (‘llevados a la cámara de gas’) en los establecimientos (‘centros
mortíferos que disponían de cámaras de gas’). Muchos progenitores entregados al
mantenimiento de la salud de la descendencia aceptaban en silencio el
sometimiento de sus hijos crónicamente perjudicados a tratamientos con una
probabilidad de muerte de 95 por 100. El programa disponía de una Institución
de Utilidad Pública para el Cuidado de Establecimientos (las personas jurídicas
del crimen) y una Sociedad Limitada de Utilidad Pública para el Transporte de
Enfermos, que se ocupaban del traslado de pacientes a las estaciones término
de los transportes (‘cámaras de gas’).
El lenguaje puede formatear la realidad y reforzar
pensamientos concretos intencionados y direccionados. El nacionalsocialismo se
apropió de una lengua y un discurso que tergiversaban la realidad, un lenguaje
de camuflaje cuya efectividad radicaba en que las palabras escogidas actuaban
en el estado de ánimo de las personas. Estos estados de ánimo podían suplir
cualquier convicción racional. Términos como ‘matar’ o ‘asesinar’ debían
evitarse y se estableció una lengua franca repleta de tabúes y eufemismos entre
los dirigentes y la sociedad.
Refs.:
Aly, G. (2014). Los que sobraban. Barcelona: Editorial Crítica.
Klemperer, V. (2001). LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo. Barcelona: Editorial Minúscula.
(Publicado
en el suplemento Territorios de El Correo, el 25/01/20)