La crisis nos abruma, también las
deudas y los problemas; los equipos deportivos abruman, a veces, a sus
contrincantes y algunos ministros renuncian a sus cargos abrumados por la
polémica. Además, nos sentimos constantemente amenazados y emocionalmente
impotentes ante las imágenes abrumadoras que llenan nuestros medios de
comunicación sobre esto o aquello. No obstante, los sondeos electorales auguran
el éxito de abrumadoras mayorías, los buenos profesores abruman a sus
estudiantes con el dictado de sus conocimientos y muchos artistas confiesan
sentirse abrumados por la repercusión de cierta obra o por el galardón
recibido. Qué interesante que una palabra tan bilabial y suave en su
pronunciación imprima tanto carácter. Si tomamos su antecesora latina ‘bruma’
como origen de la palabra, ‘abrumar’ describe el hecho de llenarse de niebla,
especialmente la que se forma sobre el mar. Esta etimología marítima ha de
asociarse a la voz helena ‘brumar’, que deriva de ‘broma’ y que en griego
denominó al parásito xilófago que se adhiere a los cascos sumergidos de los
barcos. De ahí surge más adelante el significado metafórico de algo molesto,
pesado o cargante. Solo así podemos entender que ‘abrumar’ implique
desconcertar a quien sea objeto de dicha acción, con el consecuente agobio o
con la sensación de opresión, incluso de enfado, de quien se siente abrumado. A
partir de ahí, las acepciones de ‘abrumar’ son diversas y muestran cierta
gradación emocional: desde confundir, aturdir o apabullar, hasta intimidar,
someter y humillar.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 20/10/18)