A
finales del siglo XIII se recogen los primeros usos del verbo "confinar" en
castellano, haciendo alusión a los lindes con los que topaban territorios y
paisajes descubiertos: tal o cual tierra "confinaba" con una sierra al norte,
un río, un país. Confinar es sinónimo de lindar. Más tarde, a finales del XIX,
se documenta el uso del término para describir la acción de una persona
recluida en un espacio cuyos límites se precisaban para excluirlo y mantenerlo
al margen, por las razones que fuera, del resto de la sociedad. El verbo "confinar" es utilizado como sinónimo de "desterrar". Antes, pensábamos en los "confines" de la tierra. O se hablaba de "confinar" a los rebaños en fincas, a
los presos en las cárceles, incluso a la mujer, para acometer las tareas
propias de su sexo. Ahora, esta voz que hemos usado poco aparece en nuestras
conversaciones cotidianas, dadas las circunstancias. Estamos "confinados", en
estado de "confinamiento" y, por tanto, recluidos dentro de unos límites de los
que no hemos de salir. Esta situación coarta nuestros movimientos y nos
destierra de nuestros hábitos sociales y culturales. No podemos traspasar las
fronteras de nuestro domicilio. Aun así, nos queda prevenir el confinamiento de
nuestra mente. Eludir la rutina de nuestro intelecto evitará que cercene
nuestra imaginación, para ella no hay lindes.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo el 28/03/20)