Las
posibilidades del lenguaje son infinitas. A veces el lenguaje, poético, puede
ser tan bello que hipnotiza, cuando cada palabra sugiere un mundo de emociones
que penetran en aquel que las oye o que las lee. Otras veces, el lenguaje
procura una inventiva y una buscada lucidez de ideas que resuelven un texto con
gran facilidad y lógica. El uso acertado del lenguaje, la palabra precisa, nos
puede tranquilizar, alegrar, motivar; convencer, provocar, paralizar, derrotar;
entristecer, apenar, intrigar, preocupar, enfadar, exasperar… aburrir. Pongamos
que esa constante creatividad del lenguaje es lo que le hace vivir. El lenguaje
es algo vivo, dinámico, y es real. Por tanto, su brillantez irradia nuestros
pensamientos y emociones, cambiantes, y trata de buscar el término adecuado
para lo no representado o incluso lo irrepresentable. Pongamos, además, que al
ser una entidad emisora de luz también genera sombras. Esta dualidad de sombra
y luz nos permite pensar que hay algo más allá del propio lenguaje, que también
sirve para comunicar, pero cuya entidad queda relegada a un segundo plano. ¿Qué
son, entonces, las sombras del lenguaje?
Peter Pan se dejó su sombra en la
casa de Wendy al principio del cuento. La sombra del joven que no quería crecer
actuaba de manera independiente, tenía su propia vida, aunque siempre estuviera
ligada a la del chico. Hay palabras que se han perdido con el tiempo (palabras
en desuso, palabras obsoletas), pero que en realidad están ahí y en un momento
dado cobran vida, como la sombra de Peter Pan. Sabemos que dos sombras (producidas por dos luces separadas)
pueden ocupar el mismo espacio sin perturbarse mutuamente. De igual manera, dos
palabras separadas en el tiempo pueden dar nombre a una misma cosa. Una palabra
que haya sido reemplazada por otra más actual no deja de existir, se mantiene
en su letargo hasta que alguien la expresa y entonces las dos palabras que
representan esa cosa ocupan ese mismo espacio. Serán palabras independientes,
pero siempre ligadas de alguna manera a aquello que representan. Hay expertos y
aficionados de la lengua, como la artista Marta PCampo y su proyecto «diccionario
cementerio», que recogen las palabras descartadas de nuestra actualidad
lingüística. Gracias a ellos tenemos bancos de palabras que dan cuenta de lo
que hemos perdido con el tiempo, palabras que se registran con la esperanza (a
veces remota) de que alguna vez vuelvan a la vida, recuperando así aquello a lo
que hacían referencia. Por ejemplo, palabras como «cocodriz» (el femenino de
cocodrilo), que data de 1914, podría tener cabida en nuestra actualidad lingüísticamente
inclusiva. En ocasiones, estos términos olvidados (plumier, cáspita, fetén,
lugareño, son solo algunos ejemplos) lo hacen, volver a la vida, a la sombra de
las palabras actuales, como espectros ligados a aquello que una vez
representaron. Conviven con los términos actuales, aunque de manera silenciosa
y en la penumbra.
Nuestras experiencias reales están llenas de sombras ligadas al
lenguaje. En portugués, por ejemplo, la palabra «cafuné» pone nombre a la
acción de pasar los dedos a través del cabello de la persona amada. Esta
palabra no tiene equivalente en otro idioma. No lo tiene en castellano, pero en
el momento en que sabemos de ella la buscamos en nuestra lengua. Buscamos la
manera de identificar las cosas mediante palabras, incluso lo indefinible y lo
intangible, como en el caso de «cafuné», y le otorgamos un nombre, una
definición. Así, somos capaces de hacer que cobre vida y salga a la luz.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 26/10/19, bajo el título "Lengua de tinieblas" )