lunes, 28 de octubre de 2019

Lengua a la sombra

Las posibilidades del lenguaje son infinitas. A veces el lenguaje, poético, puede ser tan bello que hipnotiza, cuando cada palabra sugiere un mundo de emociones que penetran en aquel que las oye o que las lee. Otras veces, el lenguaje procura una inventiva y una buscada lucidez de ideas que resuelven un texto con gran facilidad y lógica. El uso acertado del lenguaje, la palabra precisa, nos puede tranquilizar, alegrar, motivar; convencer, provocar, paralizar, derrotar; entristecer, apenar, intrigar, preocupar, enfadar, exasperar… aburrir. Pongamos que esa constante creatividad del lenguaje es lo que le hace vivir. El lenguaje es algo vivo, dinámico, y es real. Por tanto, su brillantez irradia nuestros pensamientos y emociones, cambiantes, y trata de buscar el término adecuado para lo no representado o incluso lo irrepresentable. Pongamos, además, que al ser una entidad emisora de luz también genera sombras. Esta dualidad de sombra y luz nos permite pensar que hay algo más allá del propio lenguaje, que también sirve para comunicar, pero cuya entidad queda relegada a un segundo plano. ¿Qué son, entonces, las sombras del lenguaje?

Peter Pan se dejó su sombra en la casa de Wendy al principio del cuento. La sombra del joven que no quería crecer actuaba de manera independiente, tenía su propia vida, aunque siempre estuviera ligada a la del chico. Hay palabras que se han perdido con el tiempo (palabras en desuso, palabras obsoletas), pero que en realidad están ahí y en un momento dado cobran vida, como la sombra de Peter Pan. Sabemos que dos sombras (producidas por dos luces separadas) pueden ocupar el mismo espacio sin perturbarse mutuamente. De igual manera, dos palabras separadas en el tiempo pueden dar nombre a una misma cosa. Una palabra que haya sido reemplazada por otra más actual no deja de existir, se mantiene en su letargo hasta que alguien la expresa y entonces las dos palabras que representan esa cosa ocupan ese mismo espacio. Serán palabras independientes, pero siempre ligadas de alguna manera a aquello que representan. Hay expertos y aficionados de la lengua, como la artista Marta PCampo y su proyecto «diccionario cementerio», que recogen las palabras descartadas de nuestra actualidad lingüística. Gracias a ellos tenemos bancos de palabras que dan cuenta de lo que hemos perdido con el tiempo, palabras que se registran con la esperanza (a veces remota) de que alguna vez vuelvan a la vida, recuperando así aquello a lo que hacían referencia. Por ejemplo, palabras como «cocodriz» (el femenino de cocodrilo), que data de 1914, podría tener cabida en nuestra actualidad lingüísticamente inclusiva. En ocasiones, estos términos olvidados (plumier, cáspita, fetén, lugareño, son solo algunos ejemplos) lo hacen, volver a la vida, a la sombra de las palabras actuales, como espectros ligados a aquello que una vez representaron. Conviven con los términos actuales, aunque de manera silenciosa y en la penumbra.

Nuestras experiencias reales están llenas de sombras ligadas al lenguaje. En portugués, por ejemplo, la palabra «cafuné» pone nombre a la acción de pasar los dedos a través del cabello de la persona amada. Esta palabra no tiene equivalente en otro idioma. No lo tiene en castellano, pero en el momento en que sabemos de ella la buscamos en nuestra lengua. Buscamos la manera de identificar las cosas mediante palabras, incluso lo indefinible y lo intangible, como en el caso de «cafuné», y le otorgamos un nombre, una definición. Así, somos capaces de hacer que cobre vida y salga a la luz.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 26/10/19, bajo el título "Lengua de tinieblas" )