En verano
todo es posible. Y si no, basta con repasar el catálogo de exóticos artilugios
playeros que muchos atisban al comienzo de cada temporada estival: estas
vacaciones podemos disfrutar del novedoso «yate para pobres», pero antes
tuvimos el flotador flamenco, el enfriador de cuello, la colchoneta para
bebidas, el panel solar cargador de dispositivos electrónicos o el abridor de
cervezas con contador digital, entre otros muchos. Lo dicho. Unos pocos
decidirán subir al Himalaya, o descubrir Ushuaia, o detener el tiempo de lo
moderno, aprendiendo sobre hábitos extranjeros en algún lugar remoto de África.
Sin embargo, y a pesar de ser unos de los principales países en optar por las vacaciones
activas, más de la mitad de los españoles prefiere el relajamiento y la
tranquilidad, con objeto de bajar revoluciones y distanciarse del frenesí
laboral propio del resto del año. Para ello, según demuestra un estudio de la
Universidad de Michigan, no hay mejor opción que la playa.
Si la lengua es delatora de nuestros
usos y ademanes, se observan un sinfín de términos y expresiones veraniegas que
aluden a la estampa playera casi exclusivamente. Por la mañana abrimos el
armario y nos uniformamos: el bikini y el pareo, las bermudas, la camiseta y
las chanclas, o chancletas. Con todo ello salimos, dispuestos a darnos un
chapuzón cuando el calor aprieta, o a tostarnos en la toalla si somos de los de
vuelta y vuelta. Transcurre la mañana entre colchonetas, aguadillas, castillos,
juegos de palas y reteles (o redeños, si frecuentamos un litoral cercano). Así llega
la hora de comer algo en el chiringuito, institución de la cerveza fría y las
patatas bravas, y cuya gastronomía ha ido evolucionando, sin desterrar la
sempiterna paella. Al final del día acabamos rojos como cangrejos (o
langostas), si no nos hemos protegido la piel lo suficiente. Al caer la noche,
muchos optan por alargar la jornada yendo a alguna verbena y disfrutando de los
éxitos del verano. Esa es la vida del veraneante, o lo era; como todo, nuestras
rutinas veraniegas van cambiando con el tiempo y ya, apenas se usa la palabra
‘veraneante’, aquel que pasaba los meses de verano en un segundo domicilio
costero. Ahora los días de playa han sido sustituidos por cruceros y viajes de
aventura, campamentos para niños, resorts para todos los gustos, y las verbenas
populares han dado paso a los macrofestivales de música.
Existen expresiones propias del
verano también, cuyo significado ha evolucionado, no obstante, al convertirse
en giros habituales fuera de la época estival. Entre otras muchas, están ‘hacer
el agosto’, ‘al agua patos’, ‘como pez en el agua’ o ‘campar a sus anchas’. Todas
estas frases se utilizan en el ámbito laboral, al que también podría adscribirse
el refrán ‘quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija’. ¿Será que
nuestra lengua también descubre cuánto añoramos las vacaciones de verano en
otros momentos del año? Parece quedar comprobado que veraneando se va el tiempo
volando…
(Publicado en el especial del suplemento Territorios de El Correo, el 13/07/19)