Es un mito que la palabra ‘siesta’
responda a un concepto puramente español. Las siestas en periodos no laborables
existen en muchos países de forma tradicional. Concretamente, en los países
anglosajones se utiliza el término «nap», voz recogida en documentos del medievo
inglés. Pero que la actividad laboral se pare, durante dos horas, en pleno día,
para comer y sestear ha resultado ser una de nuestras marcas culturales ante
los extranjeros. Su origen está en el sur, donde los jornaleros descansaban
durante las horas de mayor exposición al sol y luego recuperaban ese tiempo de
trabajo al anochecer, cuando el calor disminuía. No obstante, el término
‘siesta’ tiene un origen latino y hace referencia a la sexta hora del día en la
cultura romana. Los romanos dividían el tiempo diurno en doce horas y la sexta
coincidía con el periodo de luz entre las doce del mediodía y las tres y media
o las cuatro de la tarde, en función del momento del año. El concepto de dormir
un rato largo tras la comida está mal visto por muchos extranjeros. Diarios
como The Independent, The Times o el Washington Post han reflejado no hace
tanto la concepción popular de la siesta como algo arcaico, un hábito a
abandonar, sugiriendo el cambio de nuestro horario laboral para poder así
acometer los retos propios del siglo XXI «con seriedad». Curiosamente, la
palabra ‘siesta’ se ha acuñado en muchos diccionarios del mundo, los beneficios
de esta práctica se han exportado y ahora se hacen eco los llamados
«siestarios», lugares adaptados donde echar la siesta.