sábado, 23 de febrero de 2019

Relator


Además de ser el término de moda, si atendemos a sus dos significados principales se trata de una palabra algo sutil, y, por tanto, debe utilizarse con precaución. En el ámbito jurídico se emplea esta palabra para designar a quien hace relación de distintos asuntos tratados, deliberaciones y acuerdos entre varias partes. Concretamente, en Derecho Constitucional el relator es aquel que lleva a cabo ante una asamblea la rendición de cuentas de labores realizadas, así como la exposición de conclusiones a las que llega una comisión. Las Naciones Unidas utiliza la figura del relator en las negociaciones entre países en conflicto, entre los que el diálogo y el acuerdo son difíciles de alcanzar, para examinar e informar sobre la situación que exista en un momento concreto y, a su vez, para favorecer el entendimiento mutuo. Por otro lado, si atendemos a su etimología, el término ‘relator’ deriva del latín relator, compuesto por el prefijo re- (‘de nuevo’), la raíz -lat- (‘llevar’) y el sufijo -or (‘el que hace la acción’). Así, el relator es quien vuelve a llevar unos hechos a alguien o, dicho de otra manera, quien da cuenta de algo lo más vívidamente posible. Relatar es eso, dar a conocer de palabra unos acontecimientos, referir unos hechos, narrar, contar. No cabe duda de que un relator posee más responsabilidades que un mediador. El relator hace las veces de secretario, de coordinador y de notario, pero también de facilitador. Ahora bien, su imparcialidad ha de estar asegurada, si no se quiere que acabe siendo un cuentacuentos.


(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 16/02/19)

miércoles, 13 de febrero de 2019

Lenguaje del desamor

El amor duele, está probado científicamente. Un estudio de la facultad de Medicina del Albert Einstein de Nueva York demostró hace algunos años que, cuando nos enamoramos, en nuestro cerebro se producen niveles elevados de dopamina, el neurotransmisor relacionado con la excitación y el deseo. El cerebro se adapta a este cambio y cuando el enamoramiento termina nuestro cuerpo sufre. La autora del estudio proponía considerar el enamoramiento igual que una adicción a una droga estimulante. Al ponerle fin, la bajada repentina del nivel de dopamina produce síntomas como la ansiedad, la depresión y la obsesión. Cuando uno se enamora todo se para, nada es relevante, vivimos pensando únicamente en ese amor. Por eso, el ocaso de un amor duele, física y psicológicamente. Pero no duele igual cuando nuestra media naranja fallece, pues, al fin y al cabo, se cierra una etapa en nuestra vida. Duele realmente cuando sabemos que quien nos ha roto el corazón sigue por ahí, mientras nosotros debemos hacer frente a ese duelo, a ese desconsuelo. Las palabras se hacen eco de ese sufrimiento y revelan el vacío que genera el sentimiento de un amor no correspondido, como ese ‘nena’ desgarrador que gritaba Loquillo al cantar su Cadillac solitario. Las flechas de Cupido hieren en la nostalgia de los momentos felices, al saber que nunca volverán. A veces, generan rencor, como cantaba Silvio Rodríguez: Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan / para que no las puedas convertir en cristal. El desamor duele.

Siendo plenamente conscientes de este sufrimiento, procuramos suavizar los momentos tortuosos a través de un lenguaje eufemístico. El fracaso amoroso ya no es una ruptura, sino un ‘cese de la convivencia’, o incluso un ‘desparejamiento consciente’ (traducción literal del inglés concious uncoupling), por citar algunas expresiones publicadas al dar a conocer ciertos fracasos matrimoniales sonados. Quien desea terminar una relación utiliza el maquillaje lingüístico para hacer frente al drástico ‘ahí te quedas’. El proceso de desamor comienza con un lapidario ‘tenemos que hablar’ que, por sí solo, anuncia el fatal desenlace. A continuación aparecen un sinfín de expresiones que ayudarán, o no, en el duelo. Están las que responsabilizan de la ruptura a la persona dejada: bien por ofrecer poco (‘necesito a alguien que me entienda’, ‘eres como los demás’), bien por aportar demasiado (‘eres demasiado buena conmigo’, ‘eres demasiado perfecto y eso me asusta’). Pero si el dejador es quien se siente responsable, entonces el discurso gira 180 grados: ‘no eres tú, soy yo’, ‘yo no quería, pero no pude evitarlo’, ‘realmente me gustas, pero estoy confundido’, ‘ahora te quiero de otra manera’. También puede eliminarse toda culpa e incidir en la idea de que la ruptura es mejor para ambas partes: ‘la culpa no es de nadie, las cosas duran lo que duran’, ‘vamos a darnos un tiempo’ o ‘todo tiene un principio y un final’. Finalmente, hay quienes asumen el fracaso de su relación sin decir nada y la dejan estar, por falta de valentía y por miedo a la soledad.

Tras el boom de las redes sociales y las aplicaciones y plataformas digitales, se manifiesta cada vez con mayor frecuencia la moda de desaparecer sin dejar rastro y sin decir nada; algo así como ‘hacer mutis por el foro’. Esta actitud se conoce como ghosting, anglicismo que deriva de ghost, ‘fantasma’. Aquel que no encuentra el coraje o las palabras para terminar una relación, simplemente desaparece del entorno digital de su pareja, deja de contestar a mensajes y bloquea a sus contactos. En este caso, al dolor de la pérdida amorosa se le suma la incertidumbre de no saber las causas del cese de la relación. No cabe duda de que a algunos esta técnica les dejará tranquilos. Para muchos, sin embargo, no decir nada resulta aún más doloroso que utilizar eufemismos. Más allá de cómo percibamos el mensaje de desamor, está nuestra actitud frente al duelo. Podemos aceptarlo como un proceso de cambio, que nos fortalece ante nuevas experiencias amorosas. También podemos hacer caso a nuestro refranero: la mancha de mora con otra verde se quita.

(Versión extendida de Palabras para suavizar el adiós, publicado el 9/02/2019 en el especial San Valentín de Territorios, El Correo).

domingo, 3 de febrero de 2019

Azul

Es el adjetivo que califica un cielo exento de nubes; también el que describe el mar bajo un cielo soleado, transmitiendo paz y sosiego. El azul pasó a ser el color por excelencia de Francia; ya en el siglo XII los galos lo consideraban un color maravilloso. Es, además, el color del linaje noble. Pero la ‘sangre azul’ alude, en realidad, a la deficiente oxigenación de la sangre y se manifiesta en una piel de color pálido, azulado, signo de debilidad física general. La expresión ‘estar azul’ significa, por tanto, sentirse débil, incluso desnutrido; y aunque no sea una expresión muy utilizada, su uso se evidencia en algunas obras literarias. Por otro lado, ‘sentirse azul’ es otra locución cromática que, sin embargo, no pertenece a nuestro acervo lingüístico. Aun así, parece estar incorporándose a él, como traducción literal de la expresión anglosajona feeling blue, y que quiere decir ‘sentirse triste’. La cuesta de enero se ha hecho más empinada desde hace unos años ya; desde que nos han hecho creer que el tercer lunes de ese mes es, además de costoso, el más triste y deprimente del año, tal y como concluía un supuesto estudio de la Universidad de Cardiff. Este lunes pasó a llamarse Blue Monday y para contrarrestar ese sentimiento de tristeza, las campañas comerciales empezaron a anunciar todo tipo de descuentos en su ‘lunes azul’. La traducción más adecuada en nuestra lengua debería ser ‘lunes triste’, pero esa expresión no parece ser muy atractiva ni invita al consumo. Quizá por ello se haya preferido mantener el anglicismo.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 2/02/19)