domingo, 30 de diciembre de 2018

Decisiones

La palabra latina decisio, de la que deriva ‘decisión’, está compuesta por el prefijo ‘de-’, que hace referencia al hecho de mirar hacia adelante, hacia el futuro, y la raíz caedere que significa ‘matar’ o ‘cortar’. Sin duda se trata de una acción drástica. Atendiendo a su origen, nos damos cuenta de la determinación y firmeza que implica la toma de decisiones. Con el año nuevo llegan los buenos propósitos, es el momento de cambiar los malos hábitos y estrenar el año con el pie derecho: comer menos y mejor, cuidarse uno y cuidar a los demás, tomarse la vida con más calma y disfrutar de cada momento en compañía de los suyos. Tomamos decisiones que reflejan nuestra actitud ante lo desconocido, ante la incertidumbre de qué nos deparará el año que comienza, aunque confiando en que será bueno. Estas decisiones son, no obstante, las más efímeras que hacemos. Las decisiones implican compromiso y, con la vuelta a la rutina tras las fiestas navideñas, cuesta mucho mantener estas promesas. Este fenómeno de expresar nuestros propósitos ante el nuevo año ocurre de manera natural entre nosotros, pero en el mundo anglosajón, por ejemplo, adquiere un carácter más sólido, bajo el nombre ‘New Year’s Resolution’ o resolución del año nuevo. Así, parte del discurso entre amigos y familiares consta en preguntar al prójimo cuál es su propósito para el año nuevo. Resulta curioso observar que en inglés las decisiones se hacen. Sin embargo, en castellano o en francés nos apropiamos de las que ya existen, las hacemos nuestras, las tomamos.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 29/12/18)

domingo, 23 de diciembre de 2018

Ágape

El término ‘ágape’, aunque no forme parte de nuestro repertorio léxico más habitual, está archivado en nuestra mente como sinónimo de banquete, de reunión en torno a una mesa donde abunda buena comida. De ahí que resulte un título no demasiado manido y de fácil asociación para comercios y productos relacionados con la mesa. Existen muchos restaurantes que se llaman Ágape, también centros de nutrición y salud; hay incluso sofás comercializados bajo ese nombre, quizá por aquello de que lo que más apetece después de una comida opípara es echarnos una siestecilla en un buen sofá mullido. No obstante, esta acepción de la palabra solo es una extensión semántica registrada a partir del siglo XIX. El origen del ágape se remonta a las comidas fraternales de carácter religioso entre los primeros cristianos, en las que se estrechaban lazos y se celebraba el amor a Dios y Su amor hacia el hombre. La palabra ‘ágape’, en realidad, es griega y significa ‘amor’. Quizá más de un lector recuerde la canción que popularizó Ana Belén a finales de los setenta, Agapimú (‘amor mío’). El ‘amor ágape’ es un amor incondicional y de buena voluntad, y quien ama mira por el bien del ser amado únicamente, como se refleja en el Nuevo Testamento. De forma más terrenal, podría equipararse al amor hacia nuestros hijos, o al amor hacia nuestra pareja, quizá. En estas fechas más que nunca se hace patente el trinomio amor-reunión familiar-comida. Por eso, cuando hablemos de ‘cena’, ‘comida’, ‘banquete’ o ‘festín’ pensemos en ‘ágape’ y su significado pleno.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 22/12/18)

domingo, 9 de diciembre de 2018

Menas

Se anunciaba la pasada semana que el número de ‘menas’ llegados a Bizkaia este año multiplicaba por siete las cifras de 2015. La noticia se refería a los niños y adolescentes en situación de desamparo, provenientes de países vecinos (principalmente Marruecos y Argelia), registrados en los centros de menores de nuestro territorio y cuya única tutela queda a cargo de la Diputación. Se puso de manifiesto así, una vez más, el constante dinamismo de la lengua y su poder de adaptación ante las nuevas exigencias de nuestro entorno social. Si hace poco se matizaba la preferencia del término ‘migrantes’ para denominar a quienes dejan su país de origen en busca de un futuro mejor, ahora se acuña una voz que denomina a aquellos que son menores de edad y que viajan solos. Antes eran ‘menores migrantes’, o ‘hijos de las pateras’; ahora tienen su propia voz: se trata de menores extranjeros no acompañados, conocidos como MENA. Con el uso, las siglas en una lengua acaban por lexicalizarse, es decir, se adoptan como palabras comunes de nuestro repertorio con toda naturalidad. Este ha sido el caso de OVNI o PyME por ejemplo (‘los ovnis’ y ‘las pymes’). Durante un tiempo prevalecen las siglas, compuestas por las iniciales de los términos a los que hacen referencia. Pero con el uso, esas siglas se convierten en sustantivo y su significado se concreta, recogiendo los conceptos de las palabras que conformaban las siglas. Si el término ‘mena’ cala en la sociedad, será lógico verlo pronto en el diccionario. El proceso natural de la lengua.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 8/12/18)

domingo, 2 de diciembre de 2018

Melancolía

Dentro de poco llegarán las soñadas vacaciones para unos y el goteo de regalos o de comilonas para otros; las reuniones familiares, los abrazos, las risas; o los momentos de tristeza, tan odiados, precisamente, al ver de cerca la felicidad ajena. Habrá quienes quieran mudarse al barrio de la Alegría, como canta Sabina, para mimetizarse con el ambiente festivo, pues parece de obligado cumplimiento estar contento y sentirse bien. Sin embargo, se hace eco el ‘blues’ de Navidad. Durante estas fechas, crece en muchos un sentimiento de pesadumbre y desánimo que sofoca toda emoción jubilosa. Gente aparentemente afortunada se vuelve melancólica y siente un nudo en la boca del estómago que genera inapetencia. No en vano, la palabra ‘melancolía’ se relaciona etimológicamente con la zona alta del vientre, concretamente, con el bazo. La voz latina de la que deriva esta palabra procede de la unión de las griegas ‘mela’ (negro) y ‘kholis’ (bilis). La bilis negra era uno de los cuatro humores hipocráticos que describían el estado de ánimo del ser humano y cuyo exceso en el cuerpo reflejaba malestar físico y anímico. Así, la melancolía se ha asociado siempre al estado de tristeza. No obstante, esta sensación se genera al recordar tiempos pasados mejores, experiencias que nos han marcado de manera gratificante y al pensar en los allegados que no se encuentran entre nosotros. Sufrimos la melancolía al hacer memoria. Pero es una memoria, pese a todo, reconfortante. El dramaturgo Víctor Hugo la describía como la felicidad de estar triste.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 1/12/18)