lunes, 17 de febrero de 2020

Erotismo y diálogo

La comunicación existe desde que existe el hombre y para llevarla a cabo nos valemos principalmente de dos tipos de lenguaje, el verbal y el corporal. No es casualidad que llamemos lengua al órgano de la cavidad bucal y a su vez al sistema de signos que usamos para comunicarnos. Al entablar una conversación, diversas partes del cuerpo se muestran en constante funcionamiento, al mismo tiempo que la actividad mental se estimula por la voluntad de emitir mensajes lingüísticos. Esa relación entre cuerpo y mente se tensa cuando interviene el amor. El lenguaje corporal alza su voz a través de los ojos humedecidos, brillantes, o mediante la sonrisa espontánea y constante. Cuando el amor se revela, la saliva es más frecuente e interfiere en el habla. Nuestra dialéctica se bloquea y no permite que salgan nuestras palabras, o bien hace que no paremos de emitirlas, pese a que estas resulten ridículas o incongruentes. La escritora George Sand decía que «el beso es una forma de diálogo» y ratificaba así que el lenguaje corporal y el verbal, instruido por la mente, van de la mano. En el plano amatorio, el erotismo podría concebirse como un diálogo entre el cuerpo y la mente. Un diálogo tenso, que roza los límites del decoro.

Los momentos de represión sexual dan buena cuenta de este diálogo. La ocultación de lo ‘indecoroso’ (por ejemplo, mostrar ciertas partes del cuerpo o la expresión de señales afectivas en público) hace lógico pensar que se trate de épocas de gran erotismo lingüístico, siendo el lenguaje verbal la vía para desatar los deseos y sentimientos contenidos que no se pueden llevar a la práctica. La hija pequeña de Bernarda Alba gritaba a los cuatro vientos que se asfixiaba en «este maldito pueblo sin río», aludiendo a la necesidad de libertad para poder expresar abiertamente su amor por Pepe El Romano y mantener una relación consentida con él. En la exitosa obra «Cincuenta sombras de Grey», el protagonista, sutil, declaraba «tengo muchas ganas de morder tu labio», insinuando su pasión contenida como si estuviera a punto de lanzarse sobre su coprotagonista y hacerle el amor hasta dejarla sin aliento.

Si la exaltación sexual está directamente ligada a lo corporal y lo tangible, el lenguaje erótico se empodera cuanto más se aleja de lo explícito. Es decir, cuanto más se esconde el lenguaje del cuerpo, más se alimenta y aflora el lenguaje de la imaginación, de la mente. ¿Si digo ‘tranca’ a qué me refiero? Y si hablo de peras, melones, sandías y otras frutas, ¿en qué piensa uno? Cuando Gilda se quita el guante, nadie menciona lo bonita que es su mano… Aun así, la imagen y las palabras pueden jugar con la imaginación de uno, tensando esa cuerda invisible a la que llamamos erotismo. No importa cuál sea el término que usemos para ocultar en nuestra mente la palabra procaz e insultante de lo sexual. Cuando un término se vuelve evidente, siempre hallamos uno nuevo que resulte menos explícito y más insinuante. Las voces del erotismo van cambiando, como también cambia la sociedad que las dicta.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo el 8/02/20, con motivo de la celebración de San Valentín)