La
comunicación existe desde que existe el hombre y para llevarla a cabo nos
valemos principalmente de dos tipos de lenguaje, el verbal y el corporal. No es
casualidad que llamemos lengua al órgano de la cavidad bucal y a su vez al
sistema de signos que usamos para comunicarnos. Al entablar una conversación,
diversas partes del cuerpo se muestran en constante funcionamiento, al mismo
tiempo que la actividad mental se estimula por la voluntad de emitir mensajes
lingüísticos. Esa relación entre cuerpo y mente se tensa cuando interviene el
amor. El lenguaje corporal alza su voz a través de los ojos humedecidos,
brillantes, o mediante la sonrisa espontánea y constante. Cuando el amor se revela,
la saliva es más frecuente e interfiere en el habla. Nuestra dialéctica se
bloquea y no permite que salgan nuestras palabras, o bien hace que no paremos
de emitirlas, pese a que estas resulten ridículas o incongruentes. La escritora
George Sand decía que «el beso es una forma de diálogo» y ratificaba así que el
lenguaje corporal y el verbal, instruido por la mente, van de la mano. En el
plano amatorio, el erotismo podría concebirse como un diálogo entre el cuerpo y
la mente. Un diálogo tenso, que roza los límites del decoro.
Los momentos de represión sexual dan buena cuenta de este
diálogo. La ocultación de lo ‘indecoroso’ (por ejemplo, mostrar ciertas partes
del cuerpo o la expresión de señales afectivas en público) hace lógico pensar
que se trate de épocas de gran erotismo lingüístico, siendo el lenguaje verbal
la vía para desatar los deseos y sentimientos contenidos que no se pueden
llevar a la práctica. La hija pequeña de Bernarda Alba gritaba a los cuatro
vientos que se asfixiaba en «este maldito pueblo sin río», aludiendo a la
necesidad de libertad para poder expresar abiertamente su amor por Pepe El
Romano y mantener una relación consentida con él. En la exitosa obra «Cincuenta
sombras de Grey», el protagonista, sutil, declaraba «tengo muchas ganas de
morder tu labio», insinuando su pasión contenida como si estuviera a punto de
lanzarse sobre su coprotagonista y hacerle el amor hasta dejarla sin aliento.
Si la exaltación sexual está directamente ligada a lo corporal
y lo tangible, el lenguaje erótico se empodera cuanto más se aleja de lo
explícito. Es decir, cuanto más se esconde el lenguaje del cuerpo, más se
alimenta y aflora el lenguaje de la imaginación, de la mente. ¿Si digo ‘tranca’
a qué me refiero? Y si hablo de peras, melones, sandías y otras frutas, ¿en qué
piensa uno? Cuando Gilda se quita el guante, nadie menciona lo bonita que es su
mano… Aun así, la imagen y las palabras pueden jugar con la imaginación de uno,
tensando esa cuerda invisible a la que llamamos erotismo. No importa cuál sea
el término que usemos para ocultar en nuestra mente la palabra procaz e
insultante de lo sexual. Cuando un término se vuelve evidente, siempre hallamos
uno nuevo que resulte menos explícito y más insinuante. Las voces del erotismo
van cambiando, como también cambia la sociedad que las dicta.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo el 8/02/20, con motivo de la celebración de San Valentín)
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo el 8/02/20, con motivo de la celebración de San Valentín)