Los antiguos pueblos germánicos
usaban la palabra ‘flaskô’ para referirse al molde de mimbre que recubría las
botellas de vidrio. Esta palabra derivó en latín vulgar en ‘flasco’, convirtiéndose
en el término que designaría a la propia botella revestida de mimbre. La voz
latina pasó a ser ‘fiasco’ en italiano a principios del siglo XVI y este es el origen
de nuestro ‘frasco’ en castellano. Pero el origen semántico de ‘fiasco’ en
castellano proviene del uso metafórico que se le otorgó a la palabra italiana,
en la expresión ‘fare fiasco’ (literalmente hacer botella). Algunos creen que
proviene de cuando los sopladores de vidrio menos hábiles creaban unas piezas horriblemente
distintas a las que debían, produciendo accidentalmente las botellas a las que
hace alusión el término ‘fiasco’. Otros lo relacionan con el monólogo que
improvisó, con ayuda de una botella en mano, un actor de la Comedia del Arte en
el siglo XVII y que resultó ser un fracaso absoluto, por lo que el actor tiró
la botella al suelo y la rompió en mil pedazos. De cualquier manera, la
expresión ‘fare fiasco’ sirvió en algún momento de nuestra historia para
expresar la derrota o el revés de algo inesperado; así se ha seguido
utilizando. Tras acogerla en nuestro léxico, la palabra ‘fiasco’ designa, al
igual que ‘fracaso’, el malogrado resultado de algo. El uso de ambos términos como
sinónimos es ya habitual. Sin embargo, la palabra ‘fiasco’ implica, además, decepción
por no haberse podido cumplir las expectativas iniciales deseadas: “Prometía, y
sin embargo…”
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 06/10/18)
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 06/10/18)
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