Es
época de misticismo y de tradición, donde rituales religiosos y paganos se
entremezclan, celebrando la vida o ridiculizando la muerte. El término
‘carnaval’ deriva de las palabras latinas carne
(‘carne’) y levare (‘elevar o quitar
de encima’), aludiendo al acto de abstenerse de comer carne durante la
Cuaresma. De ahí que los tres días que preceden al miércoles de ceniza, los
días de carnaval, se asocian originalmente a la necesidad de los cristianos de
consumir y eliminar de la casa todo producto de origen cárnico, y prepararse
para el ayuno de Cuaresma. Por eso, carnaval es diluvio universal de las meriendas, como dijo Calderón de la Barca,
y los excesos están permitidos. Lo carnavalesco se relaciona con el desenfreno
festivo, el ruido, la mofa, los desfiles, los bailes y las máscaras. Hablamos
de ‘disfraces carnavalescos’, también de desfiles y de espacios. Existen personas
de carácter carnavalesco, aquellas que son explícitamente alegres y festivas,
incluso ruidosas y hasta caóticas. Pero también son carnavalescas algunas
situaciones informales o ciertas acciones que resultan engañosas y que pueden
considerarse socialmente poco éticas o aceptables. El lenguaje de lo
políticamente correcto también se considera lenguaje carnavalesco, pues se
refiere al uso de eufemismos, exageraciones y otro tipo de expresiones para
disfrazar el lenguaje real. El lenguaje carnavalesco confiere a aquello que se
describe, bien sea una escena, un personaje o una historia, un halo misterioso
que lo aleja de la realidad.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 02/03/19)
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