Cada vez son más los que apuestan
por los ‘electrocoches’. Son la alternativa actual a los coches de gasolina y
diésel. Y para repostar, para cargar la batería en este caso, los puntos de
recarga –las electrolineras– son cada vez más visibles en nuestro entorno: las ‘electrolineras’ que vienen, la guerra de las ‘electrolineras’ por el
control millonario o estrena una
‘electrolinera’ en su aparcamiento son algunos de los titulares de prensa
actuales. Se trata de un neologismo aceptado en nuestro discurso habitual,
incluso avalado por fuentes de prestigio, aunque todavía no esté recogido en
todos nuestros diccionarios. Con él también han tenido eco ‘gasinera’ e
‘hidrogenera’ y como ha explicado Fundéu recientemente, han sido creados por analogía con la voz
‘gasolinera’, son términos válidos. Estas nuevas ‘electroestaciones’ que abastecen
de energía a los automóviles de última generación se limitan exclusivamente a
ello, proporcionar carga energética, de momento. Frente a ellas, las
tradicionales gasolineras surten al vehículo con diversos tipos de servicios:
gasolina o gasoil, además de otras necesidades complementarias como inflado de
ruedas, comida, prensa, etc. Es cierto que algunas electrolineras que se
definen como ‘de carga rápida’ se pueden encontrar en los aparcamientos de
centros comerciales y otras grandes superficies de servicio, donde uno puede
dedicar el tiempo que dure la carga de la batería (entre 1 y 4 horas) a
realizar ciertas compras. ¿Y si instalaran electrolineras cerca de bibliotecas?
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 17/11/18)
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