Estamos en la era de la innovación y
del fomento de nuestro talento y nuestra creatividad. De ahí que haga falta romper
moldes, hábitos y tradiciones con el fin de reinventarse y destacar. Con tal
objetivo, muchas voces nos sugieren desaprender lo aprendido –¿no recuerda al
trabalenguas? El desenladrillador que lo desenladrille... El reto está en
descubrir qué es lo que hay que hacer para desaprender, qué quiere decir esa
palabra. Desaprender no es antónimo de aprender. Si aprendemos, adquirimos
conocimientos y experiencias, las cuales quedan en nosotros para siempre. No
podemos simplemente eliminar aquello que hemos aprendido. Lo contrario de
aprender sería ignorar esos conocimientos o no participar de esas experiencias,
pero no eliminarlas; ni tampoco olvidarlas: aunque olvidemos, esa adquisición
resta en nosotros de manera latente. Por lo tanto, desaprender tampoco es
sinónimo de ‘olvidar’ o ‘dejar de aprender’. El término en cuestión adopta
ciertas connotaciones de enriquecimiento, de apertura de miras o de rebeldía
frente a lo establecido que son propias de aquel que se cuestiona las cosas y el
cual, a través de su propia experiencia y formación, amplía sus conocimientos:
aprende, en definitiva. Quienes aceptan el uso de esta palabra piensan que para
reinventarse hace falta olvidarse de todo lo aprendido, despojarse de todos los
conocimientos y vicios culturales establecidos. Si esto no es posible, mejor
ser consciente de ellos y construir sobre esos cimientos, en la dirección
elegida, pero seguir aprendiendo.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 09/11/18)
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