Quienes se reincorporan este mes a su rutina
profesional lo hacen con las pilas cargadas y con el firme propósito de hacer
las cosas bien. En el trabajo deciden ser empáticos con quienes les rodeen. La
empatía está de moda y es requisito sine qua non del profesional: saber
entender a los compañeros y subordinados, identificarse con ellos y compartir
sentimientos, ponerse en el lugar del otro cuando sea conveniente y tratar de
hacer su labor merecedora de aprobación general… No obstante, quizá no baste
con eso. No cabe duda de que dedicar parte de nuestro tiempo al prójimo es lo
adecuado, pero quizá necesitemos empeñarnos más en nuestra propia labor (profesional).
La ‘solercia’, voz latina caída en desuso, se define en el Diccionario de autoridades de 1739 como “la diligente atención, y
aplicación advertida a todo lo que sucede… para hacer juicio recto, y sacar
reglas de bien obrar en nuestras acciones.” Describe, por tanto, la habilidad
para hacer algo o tratar alguna cosa, de manera íntegra e inteligente. En el
ámbito profesional, el término equivalente actual es el de ‘profesionalidad’. El
experto en motivación Alfonso Alcántara define dicho término como “dominar el
trabajo de uno… desde dentro”, es decir, haciendo sentir a quienes rodean a uno
que este domina su trabajo, que habla “con propiedad, con seriedad, con
realismo, con honestidad.” En este sentido, podemos concluir que un gran
profesional es aquel que actúa con solercia en su trabajo. Quizá si fuésemos
más solertes no necesitaríamos tanta empatía…
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 15/09/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario