Los estándares profesionales reclaman, cada vez más,
gente especializada, gente «máster». El término en cuestión proviene del inglés master; este, a su vez, del latín magister que quiere decir ‘señor,
maestro’ o ‘el que está más alto’ (magis+stare),
por poseer mayor conocimiento. Si los magistri,
al ser considerados más cultos, eran los que enseñaban a los hijos de los
romanos (como indica Indro Montanelli en Historia
de Roma), quienes poseen un máster hoy en día no son siempre ‘maestros’ o
expertos en un área de conocimiento. Hay incluso quienes completan cursos de
posgrado que no son másteres, y los llaman así. El máster es un ciclo de
formación accesible tras el grado o la licenciatura, inmediatamente por debajo
del doctorado, que proporciona a quien lo cursa ‘el arte y la destreza para
enseñar o ejecutar algo’, según la RAE. También es ‘máster’ quien completa
satisfactoriamente dicho ciclo formativo. ‘El máster’ si es hombre y ‘la máster’
si es mujer, por cierto. En otros ámbitos, la palabra ‘máster’ también se
adopta con sentido similar al de experto o maestro: en tenis están los
‘másteres de tenis’ o ‘torneos de maestros’ y en el deporte en general están
los deportistas veteranos, o ‘másteres’; en música, un ‘máster de grabación’ es
la primera grabación a partir de la cual se editan las copias, y en los juegos
de rol el ‘máster’ es quien dirige la partida. Queda claro que tener un máster
o ser máster en algo es el reconocimiento al esfuerzo realizado. Sin esfuerzo
no hay aprendizaje y sin aprendizaje no se es máster.
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