Tristemente
está llegando a su fin la temporada de fiestas populares, barullo y chufla, que
concentra el periodo estival. En él se refleja parte de nuestro acervo
folclórico-cultural, a través de las charangas y fanfarrias que animan los
pueblos esos días y esas noches. Esa estampa es propia del veraneo popular y
las fanfarrias son un elemento indispensable. Una fanfarria es, en su tradición
histórica, una pieza musical corta interpretada por instrumentos de viento
metal y percusión, que se utiliza para actos ceremoniales: una obra de mucha
presencia, debido a la naturaleza de los instrumentos que la interpretan. También
se denomina fanfarria al conjunto de músicos de metal y percusión que toca
obras breves de gran intensidad y brillantez, ensalzando así el acto en el que
intervienen. De ahí que la labor de las bandas municipales y las fanfarrias en
las fiestas populares sean la de generar el alboroto y la alegría que nos
ayudan a escapar de la rutina en estas fechas tan particulares. El término
fanfarria, sin embargo, va más allá de su definición lúdico-musical, al
relacionarse con el verbo ‘fanfarrear’ o ‘fanfarronear’. Si la fanfarria en
música es una pieza ruidosa y presente, metafóricamente se utiliza también para
referirse a dichos que resultan impertinentes o arrogantes. A fin de cuentas,
el fanfarrón es aquel que muestra más de lo que en realidad es, alguien
aparente ante los demás, que alardea de unos valores de los que carece
realmente. Otra acepción de fanfarria es, por tanto, la de bravuconada o
fantasmada.
(Publicado en el suplemento Territorios de El Correo, el 07/09/19)
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