domingo, 22 de septiembre de 2019

Charlatán


Parlanchín, hablador, cotorra y bocazas; fanfarrón, farsante y embaucador, también sacamuelas, curandero, vendehúmos, tramposo e impostor. Todos estos adjetivos definen al charlatán. El origen de esta palabra está en los ‘cerretanos’ («cerretanus» en latín vulgar), conocidos comerciantes de la villa de Cerreto de Spoleto, en la región de Umbría (Italia), quienes vendían sus ungüentos y remedios a los viajeros bajo pregones lujosos y discursos detalladamente elaborados. Del cruce de esta palabra latina con «ciarlare» (‘cotillear’) deriva la italiana «ciarlatano», la cual ya define al curandero con dotes embaucadoras, y cuyo discurso falto de contenido real solo servía para el lucro y el aprovechamiento personal. La RAE recoge estas acepciones para el término ‘charlatán’: el que habla mucho y sin sustancia, el hablador indiscreto, el embaucador y el vendedor ambulante que anuncia a voces su mercancía. Si hubo charlatanes en Italia, también los hubo en el Reino Unido, Francia y España, claro está. La palabra sin tilde se utilizó en los países vecinos y con tilde en el nuestro. Pero hoy día ya no hay vendedores ambulantes como los de antaño, y la palabra ‘charlatán’ ha adquirido otros matices en nuestra lengua ─en inglés y en francés, curiosamente, no ha seguido esta misma línea─. Hoy día, cualquiera que trata de invadir la credulidad pública mediante el don de la palabra, cuando detrás de esta no hay ni datos objetivos ni argumentos, o aquel que presume de habilidades que en realidad no posee, es un charlatán.

(Publicado en el suplemento Territorios de El Correoel 14/09/19)

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