Cuando algo nos da repelús nos produce miedo, asco, vergüenza (ajena,
quizá) o rechazo; o todo eso a la vez. Si uno escribe en Google «cosas que nos
dan miedo», o «asco», se topará con un sinfín de entradas. Curiosamente, si
sustituye esas sensaciones por ‘repelús’, no le aparecerá nada. Y es que no hay
una definición completa para este término. Según la RAE, el repelús es un temor
indefinido o la repugnancia que inspira algo. Efectivamente, los pasillos
oscuros o los sótanos provocan a muchos un miedo irracional. Para otros, las
heridas en la piel, los insectos, o el sudor ajeno, resultan repelentes. Hasta pensar
en el dentista es, para algunos, algo terrorífico y, para otros, no obstante, algo
asqueroso. Aun así, nos estremecemos también por causas que nada tienen que ver
con lo temeroso o repugnante. La textura de algunos alimentos, como la piel del
melocotón, por ejemplo; morder papel de plata o algodón, las uñas en la pizarra
o incluso pronunciar algunas palabras, nos dan repelús. Provocan en nosotros
una sensación de intranquilidad, unos escalofríos pasajeros, que tratamos de
evitar. De manera menos evidente, quizá, incluso las muestras públicas de amor
provocan en muchos ese repelús. Parece difícil definir este término, por tanto,
englobando en una voz todas esas sensaciones que suscita: miedo, asco,
escalofríos, nerviosismo, vergüenza… La inexistencia de equivalentes literales
en otros idiomas también lo demuestran. El término ‘repelús’ expresa un
concepto cuasi inefable, realmente, la voz castellana es compleja.
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